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miércoles, 24 de enero de 2018

Eutanasias

Schubert: La muerte y la doncella

Lógico es que defendamos la vida, si sabemos vivirla. Y, por lo mismo, consecuente es que si se convierte en un enemigo o déspota irascible, que acabemos con ella. No hago apología del suicidio -si así fuera lo hubiera practicado-, pero sí lo defiendo de quienes lo condenan. Es una elección más, pues la vida debiera ser un don, no un castigo, y nadie la quiere como tal. Todos deseamos sentirnos vitalistas, no heridos ni agónicos. Así que hay que ayudarse con la muerte cuando esta es nuestro único medicamento. ¿Quién condenará a vivir sufrientemente? ¿Aquellos que consideran la vida una emanación divina? Entonces el sufrimiento también es creación de un dios y por eso se prohíbe ese benefactor suicidio que es la eutanasia. Pero quien obliga a vivir a quien prefiere morir es un dictador y  un cruel verdugo.
     Muchos hay que temen más a su dios que a la muerte curativa -y por eso continúan llorando al sentir como culpa lo que es salvación-. Otros simplemente la rechazan porque desconocen el más allá, que pudiera ser más cruel. Todos porque el instinto de supervivencia es casi imposible de vencer. La ciencia ya ha desterrado a Dios, y el más allá puede ser un infierno más terrible que cualquier más acá doloroso.
     Pensémoslo: desde que nacemos, estamos marcados por una fecha de caducidad; yo mismo detecto la conflagración contra mí mismo de las células de mi mano mientras escribo estas palabras. Bien está aceptar esa inexorable corrupción si no es excesivo el peaje. Pero a veces el cuerpo o el espíritu se empeñan en cobrar más tributos que Caronte.
     Cualquier Dios investido de médico epicúreo diagnosticaría la extirpación de un tejido dañado. ¿Y qué es la agonía insanable sino un tejido muerto sintiendo su propia descomposición? De modo que obedezcamos el dictamen del cirujano Dios y extirpemos la muerte que hay en toda vida, una vez ejercitadas todas las resiliencias.
     Eso es lo que para mí deseo. Y si no me atreviese a ser caritativo conmigo mismo, ruego que un buen samaritano me dé un empujoncito.






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